VIAJE A SUDAMÉRICA V Bolivia- Brasil

Bueno, creo que ya va siendo hora de que me ponga a escribir sobre el viaje, que ya han pasado muchas cosas desde el último reporte.

Creo que me había quedado en Rurrenabaque, con la experiencia de los indígenas.

Allí en Rurrenabaque, a la vuelta de nuestra experiencia con los indígenas, nos dimos una ducha en el hotel donde nos habíamos quedado, Hotel Rurrenabaque, donde Mireya nos invitó a una ducha porque yo le había dado un masaje en los pies antes de irnos y se sentía muy bien. Normalmente nos habría cobrado 5 bolivianos a cada uno por la ducha.

De allí tomamos un taxi que nos llevó a Reyes, donde esperamos unas 3 horas para tomar un bus hasta Santa Rosa. Lo más destacado es que la estación de autobuses (que no pasaban casi autobuses y parecía medio abandonada) estaba bastante lejos del centro del pueblo y del mercado, así que dábamos vueltas por allí como perros enjaulados sin posibilidad de conseguir algo para comer. Creo que Balta consiguió algo de fruta que le invitó un vecino porque desapareció durante un tiempo bastante largo y yo no sabía donde estaba.

Pasó el bus para Riberalta, y cuando nos íbamos a montar, Balta consiguió un 4x4 particular que nos llevara hasta el mismo Riberalta por el mismo precio que el bus, pero más cómodos.

El 4x4 era de un comerciante que viajaba a Riberalta a pasar la navidad con su familia. Compraba cosas en mercados grandes en Santa Cruz, Cochabamba y Oruro (por lo visto este último es zona franca, o sea que no pagan impuestos) para venderlo en pueblos pequeños, parte de la mercancía la traía por encargo, así que ya tenía la venta asegurada.

También nos acompañaba un amigo suyo que conducía.

El viaje fue agitado, las 4 horas que debía durar hasta el primer pueblo, Santa Rosa, se convirtieron en 7 u 8. Primero, a las dos horas de salir más o menos se rompió un tornillo de la dirección, así que lo estuvieron cambiando, mientras los mosquitos se daban un banquete con nosotros, allí parados.

Después, más adelante, se pinchó una rueda, así que la cambiaron por otra que tenían en la baca, que según comentaron ya la habían cambiado porque tenía una raja y tenía peligro de pinchazo.

Efectivamente, no había pasado una hora y se pinchó, así que siguieron todo lo que pudieron hasta que ya no quedaba mucho aire y podía ser malo para el coche.

Arrimamos todos el hombro para sacar la rueda y nos pusimos en medio de la carretera a ver si pasaba alguien. Según el conductor faltaba muy poco para llegar a Santa Rosa.

Pasó una moto en dirección contraria y nos informó que faltaban unos 12 Km . hasta el pueblo. El comerciante le rogó para que diera la vuelta y le llevara hasta el pueblo con una rueda para repararla, y después volver con otro alguien que lo llevara hasta el coche para cambiar la rueda y seguir hasta el pueblo para reparar la otra rueda y así poder seguir el viaje. Pero el de la moto no quiso y siguió camino.

Así quedamos los cuatro en medio del camino, con dos enormes ruedas y mirando como la moto se alejaba hasta convertirse en un punto diminuto en el horizonte.

Unos 40 minutos después pasó una furgoneta pick-up que llevaba 7 personas y bastante mercancía atrás. En apariencia allí no cabía nada ni nadie más. Para mi sorpresa, accedieron a llevarnos al comerciante con las dos ruedas, y a Balta y a mí con las mochilas. Nos acomodamos como pudimos, nada cómodos pero muy agradecidos. Incluso en el viaje nos invitaron a unas frutas que traían, que comimos con bastante polvo del camino. Las frutas eran parecidas al níspero por fuera pero tenían una enorme semilla dentro de manera que de carne tenía apenas un cuarto de centímetro entre el hueso y la piel. Pensé que no valía la pena ni pensar en guardar semillas para llevar a España, con tan escaso alimento por cada fruta.

Después al bajar en el pueblo, para nuestra sorpresa el conductor nos pide que le paguemos, nosotros pensábamos que nos traía por compasión y porque sí. 10 pesos cada uno nos costó el viaje.

Ya en Santa Rosa nos despedimos del comerciante diciéndole que no sabíamos si seguiríamos viaje con él, la verdad es que visto lo visto yo tenía muchas dudas. Le pagamos lo que le debíamos hasta allí y nos fuimos a buscar un hostal donde quedarnos para darnos un ducha sobretodo, porque estábamos de tierra de pies a cabeza. No encontramos ningún hostal abierto, así que tratamos de encontrar algunas frutas para comer, y encontramos dos papayas de milagro. Santa Rosa es un pueblo pequeño, con ninguna calle asfaltada y casi todas las casas de madera. Otras son de ladrillo y me llamó la atención que estaban construyendo unas entradas para coches a unas casas que me recordaron a los chalets de dinero.

Al pasar por una casa unos chicos muy simpáticos nos preguntan que de dónde éramos. Resulta que tienen familia en España y además algunos de ellos habían estado en Madrid y en Londres. ¡qué cosas de la vida!

Encontramos un lugar para entrar en Internet y luego pensamos en darnos una ducha para quitarnos todo el polvo del camino. Encontramos un restaurante que nos permitía ducharnos, pero finalmente nos fuimos sin tomar la ducha para ver si coincidía que podíamos ir con el 4x4 de nuevo.

Con increíble precisión y “coincidencia”, que nos dejó con la boca abierta, llegamos al mismo tiempo nosotros y el 4x4 al taller, ellos venían de poner la rueda arreglada en el coche, en el camino donde nos habíamos quedado.

Con tal coincidencia la señal era que teníamos que seguir con ellos, así que seguimos, esta vez sin incidentes, hasta Yata, donde llegamos de madrugada.

Yata es un pequeñísimo núcleo de población que se nota que es un lugar de paso, solo tiene chozas de madera a ambos lados de la carretera, unas seis a cada lado, y al menos 7 de ellas son hostales y 2 de ellas restaurantes. Lo único que hay de más es una gasolinera.

Allí nos quedamos a dormir en un “hostal” que era una de aquellas chozas, en una habitación de madera con cuatro camas. Las chozas estaban construidas sobre pilares y por debajo estaban los cerdos entre el barro (porque había llovido). La ducha era una plataforma de madera, cerrada con madera por los lados y a cielo abierto, con una cortina por puerta.

Dormimos por primera vez en el viaje en la misma habitación (sin contar la noche en la iglesia de los indígenas), porque a Balta no le gusta dormir compartiendo habitación, y he aquí que esa noche la tuvo que compartir no solo conmigo, sino también con otro chico que ya roncaba cuando llegamos.

En algunas de las viviendas nos fijamos que el sistema para conseguir el agua era por bombeo manual, moviendo arriba y abajo un trozo de tubo metálico.

Lo más destacado allí, y bastante destacado, es que nos dejaron en la estacada (juego de palabras). Me explico.

Cuando nos levantamos nos dimos cuenta de que el 4x4 no estaba, habían seguido sin nosotros, llevándose además una cesta que Balta había comprado en La Paz con unas frutas y unas semillas que venía guardando para sembrar en España.

Comentamos que la culpa era nuestra porque a la noche no les habíamos dicho dónde nos hospedábamos, aunque tampoco les hubiera costado mucho enterarse preguntando.

Preguntamos entonces, resignados, dónde podíamos tomar el bus para Riberalta, y nos dijeron que paraba en la gasolinera, así que allí fuimos, y encontramos que unas 10 personas más esperaban también.

Nos dijeron que solían pasar como 4 buses cada día, cada hora más o menos a partir de las 13:00. Pero claro, como había llovido, los buses no podían pasar por la carretera que venía de Reyes, así que no pasó ninguno hasta las 18:00. Y estaba lleno. Pero cuando en Bolivia están llenos, es que están llenos hasta la bandera, todo el pasillo incluido que no cabe nadie más físicamente en todo el bus.

Así que a seguir esperando. Pasó el segundo… y también iba lleno. La historia es que como la carretera estaba tan mal, los coches y camiones habían quedado encallados en el barro y el bus los iba recogiendo a todos, así que llegaban allí llenos.

Quedamos con un camionero que apareció que le pagaríamos si nos llevaba, y accedió, pero en lo que se fue a comer algo, vino otro bus que nos dijo que tenía espacio en el pasillo, si queríamos ir. Preguntamos y nos dijeron que el bus era mucho más rápido que los camiones, así que sacrificamos la comodidad del camión (íbamos a ir sentaditos en la cabina) por la rapidez del bus. No sabíamos ni de lejos dónde nos estábamos metiendo.

Antes de subir conocimos a un chico que venía en el mismo bus desde Santa Cruz, ¡llevaban 2 días enteros de viaje! Era muy simpático, sonreía mucho y tenía una alegría así como brasileña. Luego nos dijo que era de Guayaramerín, pueblo fronterizo con Brasil. Antes de hablar con él, Balta le miró y le dijo “tú eres futbolista ¿no?”, para nuestra sorpresa nos dijo que sí, que estaba estudiando en una escuela profesional de fútbol y jugaba en un buen equipo de las categorías inferiores. Este Balta…

Así que subimos al bus, comenzando el viaje en transporte público más infernal que yo haya vivido nunca, y por lo visto Balta, que ha viajado mucho más que yo, también.

Fueron 16 horas de pie en el pasillo del bus, 8 de ellas las que corresponden normalmente a estar en la cama durmiendo. El agotamiento físico y mental al que se llega después de no-dormir ni tampoco descansar en un viaje así, con baches constantes en el camino, es tremendo.

En algún momento el movimiento de la gente me permitía sentarme un rato en el suelo del pasillo, bastante incómodo pero sentado.

Balta tuvo mejor suerte porque un chico joven le cedió el asiento, pensando que era una persona mayor, por el pelo blanco supongo. Así que fue sentadito unas 6 horas más o menos. Yo no tuve tal privilegio, y llegué a estar tan agotado que en un momento que el bus paró y los que iban de pie se bajaron, yo me tendí en el suelo, lleno de tierra, para tratar de relajar un poco el cuerpo. Tan lleno de tierra estaba el suelo que me llegaron pensamientos sobre la dignidad y los extremos a los que se puede llegar como Ser Humano. Pensaba en esa gente que llevaba 2 días más que nosotros en aquel bus y no lo podía siquiera concebir, me resulta increíble la capacidad de aguante humano.

Algunos momentos fueron muy agobiantes porque estábamos tan apretados en el pasillo que no podía ni cambiarme de postura.

En dos asientos iba una familia de 5 miembros, un niño muy pequeño iba sobre su madre, y se escurría hacia el suelo cada vez que su madre se dormía, otro niño algo más grande, de unos 10 años iba entre el padre y la madre, y otro niño también de unos 10 iba debajo de sus asientos, sobre una manta. El niño no protestó, ni se levantó de ahí siquiera en casi todo el viaje, me sorprendió también el aguante de los niños.

Debo decir que entre todo eso, pasé unas 3 horas muy muy agradables gracias al amigo MP3, escuchando música y moviendo mi cuerpo, desahogándome de esa manera, porque era de noche y el bus no tenía luces (de hecho un gran trecho fue sin tener siquiera los faros frontales), así que nadie podía ver que yo estaba bailando y con una sonrisa tonta en la cara, ni siquiera la persona que estaba a 50 cm . de mí.

Otra anécdota es que la policía paró el bus en la mitad de la noche y nos tuvimos que bajar todos porque iban a revisar ¡todas las mochilas!

Yo creo que no las revisarían todas, porque si no todavía estaríamos allí. Tardaron como unos 40 minutos y pudimos seguir el viaje.

¡Por fin! Llegamos a Riberalta y lo primero que vimos fue una enorme cola de motos que nos dejó alucinados. Por lo visto estaban esperando para echar gasolina, que escaseaba por allí, y la cola, sin exagerar, era de al menos un kilómetro y medio, habiendo como media 5 motos de ancho. Y encima más adelante vimos otra cola de motos, más pequeña pero igual de impresionante. Jamás había visto tantas motos juntas. Lo que ocurre es que allí es el medio de transporte mayoritario y además su medio de vida, porque las usan como taxi (de hecho casi no hay taxis que sean coches).

Tomamos dos motos para ir al mercado, algo incómodo el viaje con las mochilas a cuestas, la verdad. El mercado le gustó bastante a Balta por la variedad, que a mí no me pareció tanta, aunque yo de todos modos estaba bastante trastocado del viaje.

Comimos algo de fruta y fuimos a buscar un hostal.

Preguntamos en uno, vimos las habitaciones y no nos interesó porque era bastante cutre. Cuando salíamos Balta entró al baño y el chico que nos atendía se puso como loco “¡no puede usar! ¡tiene que pagar! ¡tiene que pagar!”

Balta se puso a increparle sobre el absurdo de tener que pagar por mear, y nos fuimos dejando al muchacho un poco disgustado. La verdad no me gusta nada sentir esa actitud carroñera del dinero.

Decidimos no dormir allí y aprovechar para pasar ya a Brasil, así que cogimos una furgoneta que nos llevó hasta Guayaramerín. Por alguna razón que no acabé de entender, a pesar de que trató de explicárnoslo dos veces, era más barato ir dentro en los asientos de la furgoneta que atrás en la zona del remolque (era una pick-up). Seguirá siendo un misterio.

En Guayaramerín cambiamos algo del dinero que traíamos a Reales, que es la moneda de Brasil, bastante más fuerte que el peso boliviano, así que de repente el mismo dinero nos servía para mucho menos. Algo curioso que me hizo pensar. Les preguntamos a los cambistas si había bancos donde cambiar del otro lado de la frontera, y nos decían que no, que no había bancos ni cambistas allí. Desde luego mira que son espabilados. Obviamente no lo creímos, pero cambiamos allí de todos modos. Pasamos el río en una barca, era un río muy ancho.

El pueblo brasileño al que llegamos se llama Guajara Mirín, o sea, lo mismo pero en portugués. Allí lo más sorprendente fue el paso por el puesto policial fronterizo, donde los policías nos dijeron que siguiéramos casi sin mirarnos, como si estuvieran muy ocupados (no lo estaban) y nos dijeron que teníamos que ir a la policía federal para sellar nuestros pasaportes. Total que ya estábamos en brasil y podíamos haber seguido viaje sin revisión del equipaje ni sellar el pasaporte, solo que sabemos que eso es una temeridad y te puede causar tremendos problemas.

Tuvimos que andar un rato largo preguntando para encontrar la sede de la policía federal, que estaba al final de un polígono comercial, una zona casi desierta.

Bueno allí nos recibieron con desconfianza, no nos habíamos ni duchado desde el viaje infernal así que estábamos realmente sucios.

Así que nos insistieron que no podíamos vender artesanías ni dar masajes allí si entrábamos como turistas, y nos pidieron las cartillas de vacunación, porque por lo visto tenían fiebre amarilla por allí. Nosotros, que somos anti-vacunación total (www.vacunacionlibre.org), nos hicimos los locos presentándoles otros papeles, como el billete de vuelta a España.

Cuando Balta sacó un fajo de billetes grandes de Euros y yo la tarjeta de crédito, entonces todo fue como la seda, se quedaron patitiesos, y nos dieron un papel de entrada a Brasil, aunque extrañamente no nos pusieron sello en el pasaporte.

Bueno, esa noche nos quedamos allí en un hostal, una ducha largamente esperada, y un paseo nocturno (yo sólo, Balta se quedó a descansar) La verdad me gustó el ambiente, como más seguro y limpio, la gente se notaba más abierta, sin miradas de extrañeza solo por llevar barba. Estuve un rato en el ciber y llamé a la familia, porque era nochebuena.

Al día siguiente decidimos que pasaríamos a Colombia por Perú, porque por Brasil teníamos que cruzar por río casi todo el camino y eran muchos días (más de 15), pasando por Manaos, que está en medio de la selva.

La verdad la idea de la selva era atractiva, pero tantos días…

Así que cogimos un bus para Río Branco, a mitad de camino hacia el Perú.

Continuará...

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